De sobra es conocida la importancia de dar refuerzos/premios a los más pequeños, como medida para conseguir establecer conductas deseables y adecuadas. Las leyes del aprendizaje demuestran que utilizar el reforzamiento con nuestros hijos es la mejor fórmula para ayudarles a crecer. Evitar el castigo, dejándolo reservado únicamente para las conductas inapropiadas. Alentar (reforzar) a un niño cuando recoge sus cubiertos de la mesa le indica el camino adecuado para mejorar, y propiciaremos que lo repita; mientras que si le regañamos por no haberlo hecho, conseguiremos que solo aprenda a que está mal no hacerlo, pero seguirá sin sabe que se hace exactamente después de comer.
Está clara la importancia de ofrecer un refuerzo a nuestros hijos cuando hacen las cosas bien: ¡Estupendo, Juanito! Has dejado el cuarto muy recogido, ¡Genial, Ana! Estoy muy orgulloso de que estés estudiando tanto. Pero, ¿Qué pasa cuándo las conductas no son del todo adecuadas? Es entonces, cuando debemos poner en marcha el refuerzo “bajando el listón”. Realizaremos un moldeamiento de sus conductas, como si fueran plastilina, y reforzaremos las conductas que sin ser perfectas, se aproximan a lo que esperaremos en el futuro. Ejemplo: Un niño que estudia quince minutos al día acabará estudiando una hora, si le reforzamos progresivamente por estudiar un poco más.
No esperes a que tu hijo se comporte adecuadamente para que se gane tu halago o premio. Nadie nace sabiendo, y hasta que se consigue hacer algo correctamente todos necesitamos práctica y que nos alienten. Tú como padre puedes ayudar a enseñarle de forma sana y fomentando una relación afectuosa.